¿Qué tan unificada
está Alemania? Han pasado 30 años de la caída del Muro de Berlín y debido a las
desigualdades laborales y la demonización del pasado comunista, las relaciones
entre las dos Alemanias son complejas.
Fue el 9 de
noviembre de 1989 cuando aquella revolución pacífica acabó derribando el Muro
de Berlín. Uno de los hechos más importantes y definitorios de nuestra historia
contemporánea. 5 días antes de caer el Muro, medio millón de personas se
manifestaban en Berlín del Este pidiendo libertad.
Durante décadas
fue muy fácil distinguir en el bullicio de Berlín entre alemanes del Este, de
la República Democrática Alemana, la RDA, la comunista, de los del Oeste, de la
República Federal Alemana, la RFA, la capitalista. Bastaba con preguntar de qué
ciudad venía. Un alemán federal respondía rápido, enérgico: Múnich, Hamburgo,
Colonia… Un alemán oriental bajaba la vista y, como buscando algo perdido en el
suelo, murmuraba: Brandeburgo, Dresde, Cottbus… Esa tristeza vital, esa
desigualdad de vivir en un lado o en otro afectaba profundamente a aquellos
que, por caprichos de la vida, vivían en la zona oriental.
A día de hoy,
apenas un 20% de los alemanes occidentales han estado alguna vez en alguna de
las ciudades que fueron parte de la Alemania comunista, aunque entre ellas
están algunas de las más importantes para su historia, como es el caso de las
ciudades de Weimar, Leipzig o Dresde. Parece que a día de hoy sigue existiendo
un muro invisible que sigue casi exactamente el mismo recorrido que el antiguo
muro de cemento y que continúa separando a los alemanes.
“Después de la
caída de Muro, muchos creímos que tendríamos ahora la libertad de elegir
profesiones o estudios, que, sin el control político sobre las posiciones sociales,
podríamos subir en la escala social, pero en realidad sucedió lo contrario,
muchos incluso bajaron de posición social. Los alemanes del Este han sufrido
desde 1990 una degradación” explica el sociólogo Steffen Mau, profesor de
Sociología de la Universidad Humboldt de Berlín, nacido y crecido en la
Alemania oriental.
Apenas un 4% de
los puestos más altos de la administración pública de la Alemania unificada son
ocupados por alemanes del Este, apenas uns 13% de los jueces en el territorio
de la ex Alemania del Este nacieron ahí, el 70 % de los gerentes de las grandes
empresas en la Alemania del Este nacieron en la Alemania capitalista, solo tres
de los 22 rectores de las universidades en la Alemania oriental vienen del
Este.
“Entre el 80% y el
90% de todos los puestos más importantes fueron ocupados tras la caída del Muro
por alemanes occidentales. Y en Alemania, en general, los alemanes del Este
ocupan apenas el 1,7% de los altos cargos en política, economía, administración
y medios. Algunos estudios muestran el sentimiento de los alemanes orientales:
derribamos el Muro, pero, ¿para qué?” constata Mau. Tres cientistas sociales,
Ronald Gebauer, Axel Salheiser y Lars Vogel, publicaron un estudio este verano
que muestra que los alemanes occidentales llegados a la ex Alemania comunista
“se han perpetuado a sí mismos como una élite, que trae a otros alemanes
occidentales como ellos a esa red en la Alemania del Este”.
La privatización
de las empresas estatales de la RDA fue adquirida en un 80% por alemanes occidentales,
un 15% por extranjeros y un mínimo 5% por alemanes orientales.
A pesar de los
años dorados de la economía alemana, que en Alemania occidental creó, entre el
2005 y el 2018, cinco millones más de puestos de trabajo, para los territorios
de la ex Alemania oriental hay, comparado con 1991, 800.000 puestos de trabajo
menos. El sueldo promedio de un trabajador con empleo fijo en la Alemania
occidental es un 30 % superior al del promedio en la Alemania oriental.
Pero nada ha hecho
peor a las actuales relaciones entre las dos ex Alemanias que la demonización
del pasado de la Alemania oriental. Ya nadie discute que el comunismo fracasó y
produjo infinidad de injusticias, pero la tendencia de los alemanes
occidentales de tratar a la RDA como una suerte de campo de concentración
dominado por proletarios sádicos, es insoportable para los que crecieron en
ella.
“Vivíamos como
todos los demás, íbamos a las mismas escuelas, a los mismos centros
comerciales, en el tiempo libre hacíamos cosas parecidas, era una sociedad
extremadamente homogénea. La Alemania oriental entregó una muy buena y amplia
educación a todos; los obreros leían mucho, iban al teatro; un obrero en la RDA
participaba en la cultura, tenía una biblioteca en su casa. La élite política
se mantuvo siempre muy pequeña y provenía siempre del proletariado: Erich
Honecker, el penúltimo presidente de la RDA, era techador”, recuerda Mau. El
vago orgullo, la ambivalente nostalgia que predomina aún en los habitantes de
la Alemania oriental es algo impenetrable para los occidentales.
El filósofo alemán
Peter Sloterdijk, en un artículo en el diario berlinés Tagesspiegel, trató de
entenderlo: “El socialismo fue en verdad un estoicismo político, por
consiguiente, un intento de lograr, manteniendo condiciones modestas de vida,
una soberanía personal. Que una parte importante de este esfuerzo se logró, es
digno de notar; las protestas de sus testigos contra el desprecio de ese logro
parcial son muy justificadas. Ese desprecio proviene de una idea tan
comprensible como cuestionable y es la aspiración a una desaforada idea de
felicidad, que ha envenenado completamente la cultura moderna. ¿Cómo podrían
resistirse los alemanes del Este a esa felicidad cuando la enorme mayoría de la
Europa Occidental y Estados Unidos la celebran?”, dice.
Mucho del desastre
climático parece deberse a las consecuencias de la búsqueda de esa felicidad en
forma del consumo de productos y servicios que un habitante del Occidente
capitalista siente como el campo fundamental e inatacable de su libertad. La
mejor medida para prevenir el desastre medioambiental sería seguir una forma de
vida cercana a este que aparece como un “ascetismo socialista”, pero todos
intuyen que es una idea apenas soportable para los millones que marchan contra
el cambio climático.
La ex Alemania
oriental ha soportado 30 años sin desaparecer en el espíritu de sus antiguos
habitantes. Algo de rencor, de orgullo humillado, la sensación de falta de
respeto, han marcado la actitud de muchos de ellos hacia Occidente y han
llevado seguramente a las fuertes tendencias de extrema derecha que emergieron
en la población, que veían ahora a los inmigrantes extranjeros como sus
principales competidores en el fondo de la escala social.
30 años no han
bastado para unir las dos Alemanias, quizás porque a los habitantes de la
desaparecida RDA nunca se les dio el espacio para discutir el destino de su
país y de sus vidas. Más que una reunificación, la unión de las dos Alemanias
fue la anexión, la colonización de la extinta RDA por la Alemania federal que
hasta el día de hoy ha escrito, sola, esta historia.
Paco Jiménez
[artigo de opinião produzido no âmbito da unidade curricular “Economia Portuguesa e Europeia” do 3º ano do curso de Economia (1º ciclo) da EEG/UMinho]
[artigo de opinião produzido no âmbito da unidade curricular “Economia Portuguesa e Europeia” do 3º ano do curso de Economia (1º ciclo) da EEG/UMinho]
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